Niños rebeldes |
Lo peor es que los mocosos ahora, además, son cínicos, irrespetuosos y, de pilón, resongones y regañones. Tienen un tino tan burlón para, de paso, reclamar y querer corregir todos los errores y descuidos que podemos humanamente cometer. Les ha dado por estar atentos al uso del lenguaje para asaltarnos, de inmediato, con la pulcra gramática y sintaxis que aprenden muy bien en las escuelas. Se fijan en la manera en que comemos y vestimos, y todo es criticable y hasta reprochable.
Ya muchos hijos pelafustanes se atreven a gritarles a sus padres, sin culpa ni freno alguno, y algunos impulsivos y groseros pueden llegar hasta los golpes con tal de poner en su lugar al incorregible padre que ha mostrado ser irresponsable, incumplido y francamente ignorante.
El tema da para mucho, pues es una realidad que ahora atormenta a muchos padres de familia que tienen a su tesorito de 30 años viviendo en casa, exigiendo que le pongan la comida en la boca, le laven su ropa y, de paso, le paguen sus diversiones, y cuidadito y se le reclame cualquier cosa, porque es tan independiente y adulto que ya no tolera que se le confronte con su inmadurez y pereza.
Por supuesto que la solución no es tan fácil, pero el otro día escuché una receta maravillosa y tan antigua como la sabiduría del pueblo. A los hijos groseros e irrespetuosos se les trata con el silencio y se les pone la distancia suficiente para que su toxina no afecte la salud y el equilibro.
Simplemente no hay que hacerles caso y mucho menos entrar en debates y discusiones, tampoco alterarse ni ponerse a su nivel.
Ciertamente las cosas han cambiado y el poder que han tomado los hijos para rebasar la autoridad paterna es parte de la rebeldía de la adolescencia, pero nutrida por un sistema social que da cabida a la indisciplina y a la falta de respeto, como parte de un herramienta de crítica a todo cuanto hacen las autoridades.
Ante tantas groserías, los valores acabarán por triunfar, por eso son virtudes y hay que practicarlas con los hijos.
El arte de vivir
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