Desde el punto de vista de su utilidad para la especie humana, debemos admitir que si ellos no existieran o desaparecieran, no hay la menor duda de que el género humano desaparecería con ellos. Pues los seres vivos no humanos nos proporcionan casi todos los recursos que el hombre requiere para mantener su vida: alimentos animales y vegetales cuya variedad ha permitido mejorar su nutrición a medida que ha ido entendiendo su nutrición, fibras para la fabricación de prendas de vestir que lo protegen las variaciones del clima y evitan que se enferme y llegue a morir, materiales para construcción de refugios o viviendas, los cuales lo protegen de las variaciones intensas de factores ambientales como la temperatura, el viento, la insolación, etc. Todos estos beneficios que el hombre recibe no merecen ser pagados con la muerte injustificada de plantas, animales, microorganismos, hongos, etc.
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El derecho |
Debemos admitir también que los seres vivos no humanos son dignos de respeto, no sólo por ser seres vivos, sino por el hecho mismo de existir; y nadie puede arrogarse el derecho de quitarles la vida sin una razón de peso. No puede negarse que en la actualidad el hombre no sólo no respeta a la vida de sus congéneres, sino que por el interés en la rentabilidad ni siquiera le preocupa que miles de millones de ellos mueran desnutridos o por falta de servicios básicos como agua, vivienda, servicios de salud, etc. Esto se constituye en un homicidio masivo y premeditado. Lo mismo ocurre en el caso de las guerras (más de cien millones de personas perdieron la vida en distintos lugares en el siglo anterior, Lanz, 2005), con el agravante que en este último caso también mueren animales, plantas, microorganismos, etc., que nadie contabiliza, ni tiene en cuenta. Es conocido que, hasta la actualidad, algunas tribus o grupos humanos nativos no se les reconoce todos sus derechos y hasta hace poco a los negros se los ha tenido como esclavos. Sin embargo, todavía no están libres de la discriminación racial.
Se argumenta que los animales no humanos no podrían tener derecho a la vida porque ellos mismos no respetan la vida de los otros; pero hay que decir y también resaltar que los animales no humanos únicamente toman de la naturaleza lo estrictamente necesario para su supervivencia y jamás más de lo necesario y no destrozan sin razón a los vegetales ni a la naturaleza mineral; y si matan lo hacen urgidos por las necesidad de defensa o de comida (Pintos, 2005).
La autora antes citada afirma que la Etología confirma que el único animal que ”mata por matar” (no lo hace por autodefensa o por alimentarse), tanto a sus propios congéneres como a los demás animales y expolia la naturaleza, pudiendo evitarlo, ése es el animal humano. Esto es fácil de verificar cuando se observa la lucha de los animales ya sea por alimento o cuando los machos se disputan las hembras. En ambos casos, los ganadores no persiguen al perdedor hasta matarlo. El perdedor se aleja y terminó la disputa. En cambio existen ejemplos de matanzas de animales por parte del hombre sin mayor sustento: como la petulancia de ufanarse del “arte del toreo”, que consiste en la tortura prolongada del toro que llega al ruedo excesivamente lastimado y espantado por una multitud delirante, la persecución sistemática de las aves en la ciudad de México, la barbarie de los pescadores japoneses y canadienses con focas y ballenas, el fervor de la cacería y de la puntería como seña de la superioridad viril o el gozo de matar en épocas de veda (Monsiváis, 2007).
El arte de vivir
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