Maldad y bondad
Desde hace miles de años las cabezas pensantes han estado tratando de determinar si el hombre es bueno por naturaleza, como creía Rousseau, Sócrates o Montaigne, o se inclina por el mal como argumentaba Hobbes, Maquiavelo o la teología cristiana, mediante el pecado original. El debate continúa fuerte, pero ahora hay una nueva voz a tomarse en consideración: la neurociencia, que está en vías de estimar cuantitativamente la bondad humana.
Primero de todo, creo que habría que debatir sobre los conceptos del bien y del mal. Considero que la percepción de la bondad y la maldad es alterada constantemente por la cultura y época de las personas que la juzgan. Hoy día, en España, no se tolera prácticamente ningún tipo de asesinato, e incluso se pone en duda el matar a los toros u otros animales por distintos motivos. Pero hace miles de años, en la antigua Roma, por ejemplo, existían “los juegos”, en donde no sólo se permitía a los gladiadores que se mataran entre ellos, sino que era un espectáculo admirado y valorado positivamente por gran parte de la población. Tenemos a la inquisición y la caza de brujas o las cruzadas, un estado de guerra que fomenta el asesinato organizado de los enemigos y un sinfín de ejemplos en donde, el hecho de asesinar, pasa de ser algo malo, a ser algo… aceptable.
Partiendo de esto, el bien y el mal, lo que ponemos a un lado u otro de la división, es puramente
cultural. La moral que nos enseñan en un país, puede ser contradictoria en otro, u cambiar radicalmente para una situación concreta, en donde los valores y las premisas se ven completamente alteradas. Aun así, consideraremos que matar representa la máxima expresión del mal, y respetar y proteger las leyes y a los demás la máxima expresión del bien.
El bien y el mal |
A partir de esa distinción, nadie nace siendo médico, juez, arquitecto, asesino o pederasta; todos somos iguales al nacer, pero es el último momento de nuestra existencia en el que lo somos. Todas las sendas que recorremos a lo largo de nuestra vida, todas las personas que conocemos, los lugares que visitamos y las experiencias que vivimos, nos van marcando un camino que, nos guste o no, termina delimitando nuestro ser. Por lo tanto, si un niño es capaz de convertirse en un monstruo, significa que todo el mundo tiene en su interior a un potencial asesino, ladrón, violador o dictador. La única diferencia que hay entre los que se convierten y los que no, es la oportunidad para hacerlo.
Y aquí es donde llega la complejidad del asunto. Por ejemplo: una experiencia traumática puede, o no, motivar una conducta malvada en la persona que la sufre. Si pudiéramos hacer un experimento en donde se sometieran a muchas personas distintas a la misma experiencia terrible, los resultados serían totalmente distintos, dependiendo de las capacidades, debilidades, educación, cultura, edad, género, ideología… de cada persona.
Hay niños que han sido violados y que, de mayores, son completamente normales. Algunos han asumido un papel de protectores y luchan contra los violadores con más ahínco que cualquier otra persona, y por último siempre hay algunos que terminan convirtiéndose violadores. Una misma experiencia, por lo tanto, puede ser un infierno para uno, y algo trivial para otro. ¿Es la cultura la que nos hace a todos distintos? No, de hecho, si algo pretende la cultura, es que todos seamos un poco más iguales para, en parte, poder respetarnos, asumiendo ciertas normas y códigos morales que nos ayudan a convivir.
Pero, incluso sin llegar a un extremo tan grave, como el de haber sufrido en la infancia, en nuestro día a día, todos cometemos actos malvados, con un carácter bastante más trivial. Por ejemplo: mentimos, insultamos, conspiramos, infligimos algunas leyes… ¿tenemos un motivo aparente para ello? desde pequeños nos educan diciéndonos que no debemos decir mentiras, que las mentiras son algo malo (cosa que yo, por cierto, tampoco creo), pero luego de mayores todos, repito, todos, mentimos (y el que diga que no, ya me ha dicho la primera mentira). Está en nuestra naturaleza, pues, sentir cierto morbo al ver un accidente de coche o ver una película que muestre sufrimiento, así como mentir o desear puntualmente un mal a una persona que nos ha hecho daño o que simplemente no nos cae bien.
La cuestión es: ¿si a lo largo del a historia han surgido infinidad de civilizaciones y culturas, infinidad de leyes y países, y en todos ellos, hasta en la más mínima e irrelevante tribu han habido personas que, en mayor o menor medida se han saltado las normas de su “mundo”, siendo malvadas para los demás, no queda una única variable en la ecuación, que son los propios humanos?
Creo que la maldad, así como la bondad, es como la energía: ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de estado. Hace miles de años no era tan malo matar a alguien en mitad de un coliseo con miles de espectadores, pero era malo criticar a los gobernadores. Ahora, no podemos matar un toro en una plaza (que conste que estoy totalmente en contra de la tauromaquia) sin que muchas personas se molesten, pero podemos criticar abiertamente al gobierno sin que nadie nos juzgue mal por ello.
En cada momento, obrar bien y obrar mal serán actos distinguidos, y si existe dicha distinción, es porque hay una necesidad de clasificar los actos de las personas. No tendríamos la palabra “muerte” en nuestro diccionario si no existiera la muerte, y no enseñaríamos a los niños la diferencia entre el bien y el mal, si ellos fueran incapaces de obrar mal por su propia naturaleza. Si lo enseñamos, si intentamos corregirlo y educarlos, es porque asumimos, todos, que incluso el niño más inocente puede, si las condiciones son idóneas, convertirse en un monstruo.
Evidentemente, la maldad más extrema, sólo surgirá bajo las condiciones más extremas. Dudo mucho que un niño se convierta en un asesino en serie porque de pequeño le robaron una piruleta, pero ello no quita que cada día, todos nosotros, hagamos cosas injustas y que sabemos que están mal.
En resumen, creo que todo el mundo puede y es bueno y malvado a lo largo de su vida, y ello sucede así independientemente de la cultura que le hayan inculcado. Puede que una mala cultura haga las veces de catalizador para el mal, pero no es la cultura la que culpable de que ese mal exista.
Mientras existan las personas, existirá el mal, el bien, las guerras, la paz, las religiones, la ciencia, la corrupción, honestidad… todas esas cosas forman parte de nuestra naturaleza, y si asumimos que existe el bien, por extensión creemos en el mal. Creo que, en parte, la vida tiene sentido debido a esa constante e irresoluble disyuntiva, y negar nuestra capacidad de ser malvados, es el primer paso para convertirnos en uno de ellos.
El arte de vivir
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