jueves, 5 de mayo de 2016

"POR QUÉ NOS EMPEÑAMOS QUE NUESTROS HIJOS SEAN UN MINI-YO"

¿Por qué nos empeñamos en querer que nuestros hijos sean un “mini-yo”? Desde el mismo momento en que llegan a este mundo, intentamos sacarle parecidos. Recuerdo cuando mi hija nació, nada más verla, la matrona dijo: – es idéntica a su padre (y eso que lo había conocido apenas un par de horas antes). Luego todos observan y comentan. Tiene los ojos de su padre y la boca de su madre. Y yo decía: – no, tiene “sus” ojos y “su” boca.
Hijos
A medida que van creciendo, seguimos comparando y buscando similitudes. En su físico y en su carácter. Frases como “es igual de tozudo que su padre” o “es igual de presumida que su madre” son muy habituales.
Por supuesto que a todos nos enorgullece que digan que nuestros hijos se parecen a nosotros. Mentiría si no dijese que a mí, a veces, también me gusta oírlo. Pero sólo a veces. Yo quiero ver crecer a mi hija siendo ella misma. Ir descubriéndola poco a poco. Que me sorprenda con su carácter o, por ejemplo, con esas aptitudes innatas que tiene para el deporte y que, desde luego, no ha heredado de sus progenitores.
A veces, nos empeñamos tanto en querer que sean como nosotros que no dejamos que sean ellos mismos, genuinos, en lo bueno y en lo malo. Hay gente que, no sé si por egoísmo o por ignorancia, llega a pensar que sus hijos son una prolongación de ellos mismos. Pues no; cada niño es único. Tienen un físico y una personalidad propios. Pero si nos seguimos empeñando en hacerles creer que son como su padre o como su madre, pueden acabar teniendo un conflicto con su propia identidad.
Y, yendo aún más lejos, están los padres que quieren que sus hijos lleguen a ser lo que ellos no pudieron. Conozco a gente que ha estudiado una carrera que no les gustaba, sólo porque era lo que sus padres querían. ¿No es triste?. Indudablemente, todos queremos lo mejor para nuestros hijos y si no hemos podido conseguir llegar a lo más alto, queremos que ellos sí lo consigan. Si uno no ha llegado a poder ser médico, quiere que su hijo lo sea, aunque al pobre le produzca mareos ver una gota de sangre. El que trabaja en un supermercado quiere que su hijo sea abogado o ingeniero, que tenga su propio despacho y un buen sueldo. Pero ¿y si su hijo lo que quiere es ser cómico, o carnicero o montar una juguetería? ¿Acaso no es mejor criar niños felices, con sueños, con ganas de aprender y hacer lo que les guste?
Yo no quiero que mi hija sea como yo, ni que vista como yo, ni que hable como yo, ni se peine como yo, ni haga todo como lo hago yo. Quiero que compartamos, que ella aprenda de mí y que yo aprenda de ella. Pero quiero que sea siempre ella. Y que estudie lo que quiera. Y, sobre todo, que sea feliz.
Así que dejemos que nuestros hijos crezcan, con sus propios ojos, con su propia boca, con sus propias manos, con su propio corazón y con sus propias ideas.

El arte de vivir

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